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El mundo está en guerra. Y una guerra mundial, de alcances geográficos muy superiores a cualquier cosa que hayamos conocido en el pasado. Si la Primera Guerra Mundial fue correctamente caracterizada como “la Gran Guerra Europea” y si la Segunda abarcó buena parte del planeta aunque con significativas excepciones: las Américas, el África Subsahariana y partes del Asia Meridional, la actual es por primera vez en la historia universal una guerra absolutamente mundial, en donde no hay país ni región que se encuentre a salvo de sus desastrosas consecuencias. Nadie está a salvo y ninguno es inocente, dice Edward Snowden en un par de oportunas citas aportadas por Pascualino Angiolillo Fernádez y Astolfo Sangronis Godoy en este magnífico libro que tengo el honor y el placer de prologar. Y como señalan estos autores, “la lucha física en el territorio de otro país (invasión militar) ha quedado en segundo plano.” Pese a ello la guerra existe porque para ello es suficiente, como lo subrayara Thomas Hobbes en su Leviatán, que alguien tenga la intención de hacernos daño, de querer apropiarse de lo que es nuestro y actúe en consecuencia. Esta nueva forma de la guerra tiene, empero, una regla: ya nada es prohibido, no hay restricción alguna, no existe el derecho internacional y humanitario. Se acabaron las reglas de la guerra. Hemos regresado a la barbarie. Las Convenciones de Ginebra que regularon por unos cien años los conflictos bélicos yacen sepultadas en los escombros de innumerables ciudades de Oriente Medio y Asia Central. La idea tradicional de la guerra como un enfrentamiento entre dos partes que, paradojalmente, consienten en librar un combate ha quedado superada por las nuevas tecnologías y, también, por la involución civilizacional producida por la dinámica del capitalismo contemporáneo. Nuevas tecnologías que, tal como se repasa prolijamente en este libro, han superado por completo la vieja distinción entre armas convencionales y no-convencionales. Distinción ésta que era apropiada para describir la situación imperante hasta antes de la Cuarta Revolución Industrial. Si la Tercera fue la que nos aportó el gran desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, la fase actual, la cuarta, es la que trae como resultado “la internet de las cosas” y los sistemas ciber-físicos, una de cuyas más extraordinarias expresiones es el desarrollo de la robótica con todas sus múltiples aplicaciones militares.