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El derecho penal debe poner la proa en busca de esa estrella inascible que es la justicia. Está comprometido con un mundo de igualdad y equidad. No puede basarse en supersticiones, debe abandonar seriamente las conjuras, los anatemas. No es la infalibilidad del dogma jurídico, ni el espíritu de venganza que pone violencia sobre la violencia el que debe reinar.El derecho penal debe alejarse de los arcanos laberintos de los eruditos, evitar la exagerada pirotecnia pseudo universitaria y –lo que es más- abjurar de los oráculos mediáticos que condenan sin juicio.Debe prodigar soluciones, aferrarse a la humanización del conflicto, aspirar a las igualaciones en libertad.En esta inteligencia, humanizar el derecho penal es la consigna que arroja un halo de luz en la dilatada penumbra de la punición. Vernos el uno al otro como humanos es la piedra firme en el mar embravecido. Los problemas en el mundo real son graves, para los unos y los otros. Nadie debe ser ajeno al que sufre el encierro y al que quedó sin su ser querido. Nadie debe ser ajeno al dolor.