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Eva, Eva Duarte, Eva Perón. A través de la narración de Cecilia Secreto, asistimos a diferentes momentos de la vida de esta líder popular, hasta que llega a convertirse en “Evita”. Partiendo de una historia conocida por todos, la novela nos introduce en el mundo íntimo de Eva, hasta hacernos partícipes privilegiados de un momento histórico en la vida de nuestro país: el día de su último discurso, estando ya Eva gravemente enferma. El comienzo del mito. El día de la muerte simbólica de la mujer de carne y hueso. Secreto describe ese momento como un diálogo amoroso. Eva y el pueblo son dos amantes hipnotizados el uno con el otro, sin conciencia del tiempo, juntos para siempre en sus deseos de fusión “y de pronto eran solo dos, Evita y el pueblo, en un diálogo a solas, íntimo y lastimero”. Lo real, lo simbólico y lo imaginario toman cuerpo en esta escena. Eva es allí la primera mujer, la única, encarna el ideal, es la madre, la amante, la amiga, la virgen, la santa. Representa a todas y a cada una. Su amante la desea, la reclama para sí, la quiere suya y para siempre.
También la enfermedad, los celos, el odio , la envidia, la traición, el sexo, el cadáver, la muerte, la amistad, tienen lugar y toman protagonismo en esta novela, que a veces tiene tono de folletín, otros de tragedia griega, pero que es siempre atrapante y no deja indiferente al lector. Sabemos que ningún relato puede dar cuenta de los hechos; narrar una historia es (siempre) desafiar la distancia insalvable entre “la realidad” y el discurso. No obstante, los relatos insisten en su deseo de evocar, de reconstruir, de hacer presente aquello que se fuga. Es el caso de esta novela narrada a través de voces y miradas femeninas. Las voces recrean diálogos y despliegan monólogos interiores que fluyen al ritmo febril de los deseos de las protagonistas; voces que nos interpelan y exigen, a su vez, un diálogo al interior de nuestra conciencia. Por eso los lectores somos parte del relato. Sin ese contrapunto la historia resultaría incompleta.
Las miradas, por su parte, presentan los acontecimientos desde el punto de vista de una líder popular que no tuvo precedentes ni habilita posibles imitaciones. Y en áspero contrapunto, se despliega la mirada de la otra, Emita, la que no cumplió su sueño y se reconoce como la sombra de Eva; la historia nos llega a través del punto de vista de su nieta, y participará decisivamente la mirada de cada lector que acepte la invitación a recorrer y trazar las alternativas de esta historia particular y colectiva. Una línea de fuerza ineludible del relato es la potente relación intertextual con el cuento de hadas: la Bella que no muere pasea por la ciudad y por el texto, multiplicando las posibilidades interpretativas de esta historia.
Clara Vázquez y Clelia Moure